"Probablemente yo sea una mindundi (en comparación con tantos y tantos clientes) que visitan cada día La Bola, incluidos personajes públicos de todos los ámbitos.He ido a La Bola hasta en tres ocasiones, la primera vez hace más de seis años, después lo visité hace dos años y en esta última ocasión (la última ténganlo por seguro), hace tan solo unos días.Durante todo este tiempo he podido ver la evolución….. a peor… o como se diría ahora mismo en términos gastronómicos, la deconstrucción del mítico restaurante madrileño.Lo conocí por casualidad, a través de alguien que lo citó en redes sociales, y me empeñé en visitarlo, la primera vez me gustó muchísimo, quienes me conocen saben que me encanta comer y cocinar, que admiro a todas las personas que se dedican a la hostelería (no en vano he estado 13 años de cara al público en el negocio familiar, y a día de hoy, 15 años después todavía me saludan antiguos clientes, ya amigos, por la calle). Como digo, esa primera vez me encantó, ambiente de época en un restaurante no muy grande, pero bien aprovechado en espacio, nos tocó en un salón interior, y si bien la mesa era algo pequeña, estaba bien. El trato inmejorable, desde la entrada hasta todas las personas del servicio, y los platos riquísimos, cocido madrileño (sería sacrilegio no pedirlo allí, y su postre típico, buñuelos de manzana… exquisitos). Es verdad que los turnos eran algo incómodos (13.30 ó 15.30), o muy temprano o muy tarde… pero buenoEn la siguiente ocasión, también bien, pero es verdad que en la puerta había cola (pasa casi siempre) y el trato a las personas que estábamos allí no era del todo adecuado, aunque pudo ser una opinión mía, o un mal día de quien atendía a la concurrencia (algunos teníamos reserva, y solamente esperábamos pacientemente en cola, como quien va a recibir la caridad; otros no tenían reserva y se aventuraban a tener sitio, y otros solamente curioseaban). El espacio que había era igual de pequeño, y las mesas parecían haber encogido… o quizás había mesas de más…. O yo estaba cansada de esperar y aguantar malas caras. No comimos muy cómodos, pero mi invitado merecía probar ese cocido maravilloso (no en vano mi tocaya “La Chata” (Intanta Isabel) se lo hacía llevar desde el restaurante a palacio."